.

.

H.MEUFFELS: STA. LIDUINA-LYDIA DE SCHIEDAM. CAP. 3-4.

CAPÍTULO III
LA JOVEN 
Nacimiento y familia de Liduina. 
Liduina nació en Schiedam en el año 1380, un domingo de Ramos que caía este año “el 15 en las calendas de abril”, es decir el 18 de marzo. Su madre Petronila, buena mujer, originaria de Kethel, había ido a misa, pero tuvo que volver rápidamente a su casa que estaba cerca de la iglesia. Y, coincidencia señalada por todos los historiadores, Liduina vino al mundo a la misma hora cuando, a dos pasos se cantaba solemnemente la Pasión de Nuestro Señor. 
Su padre que parece haber sido un simple jornalero, se llamaba Pedro, hijo de Juan. Era originario de Schiedam y pertenecía, según Brugman y Thomas a Kempis, a una familia que obtuvo antaño una distinción de la cual quedaba poco en esta época. Cuatro niños habían precedido y otros cuatro iban a seguir a su única hermana. Para hacer frente a las obligaciones de una familia de nueve criaturas, Pedro tuvo que añadir al duro labor del día el oficio de sereno de la ciudad. 
La infancia hasta los 15 años. 
Los historiadores de Liduina nos han contado poco detalles de su juventud. Esta única hija de una familia numerosa era para su madre una ayuda preciosa. Cuando llevaba la comida a sus hermanos en la escuela o en el trabajo, gustaba entrar en la iglesia y rezar durante largos ratos delante la estatua de la Virgen María que todo el mundo en Schiedam veneraba. Más de una vez se le iba la noción el tiempo, y su madre viendo que no volvía se impacientaba. Un día, cuando el retraso se hizo demasiado largo, Petronila no pudo contener su mal humor al regreso de su hija. Pero la buena mujer tuvo que refrenarse cuando escuchó su hija contarle con aplomo e ingenuidad como saludando a la Santa Virgen en la iglesia, “María, con gracia, le había sonreído.” 
Fuera de la iglesia, otros también empezaban a sonreírle. En Ella sus historiadores elogian sin reparo su gracia y peculiares encantos, una belleza llena de salud y de alegría juvenil, de inocencia y sinceridad. 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 14
Aunque no había llegado todavía a la edad de quince años, más de un joven de Schiedam se había fijado en Ella y la cortejaba discretamente. Uno de ellos llegó a dar los pasos en dirección de los padres de Liduina. Brugman nos relata una entrevista donde vemos la madre exponer la edad todavía joven de su única hija, mientras que el padre no parece oponerse a cierto compromiso, inclinándose por un buen partido sensato y feliz garantizando la felicidad de su hija. Pero la cuestión fue rápidamente solucionada por Liduina misma. Cuando su padre le preguntó discretamente sobre el tema, Ella le declaró sencillamente que quería pertenecer únicamente a Dios. Y suplicó a Dios de hacerla inválida y deforme si así era el único medio de frenar para siempre este acoso que perturbaba su único amor.  Pronto, Dios iba acceder, en las condiciones demandadas, a las peticiones de sacrificio de esta alma pura. 
¿Tuvo este incidente alguna influencia en el carácter de Liduina?  ¿Se volvió la joven más prudente, menos extravertida, más replegada sobre sí misma?  Nada en los relatos de sus biógrafos lo hace pensar. Pensamos, al contrario, que, sin abandonar la cierta reserva tradicional de las jóvenes con piedad y virtud hacia los jóvenes, Liduina no dejó de ser para su entorno, de naturaleza alegre y amable, bromista incluso, y llena de ocurrencias que la caracterizarán incluso en los momentos más terribles de sus sufrimientos. 
La primera enfermedad y el accidente. 
Iba a tener quince años. En el invierno del año 1395-1396 Liduina contractó una enfermedad bastante grave de la cual no tenemos información. Apenas se recuperaba de ella cuando tuvo lugar el 2 de febrero 1396 el accidente, punto de salida del largo y doloroso martirio que iba a ser toda su vida. 
En este país impregnado de agua y fragmentado en todas las direcciones por ríos y canales, el uso del patinaje sobre hielo es, en invierno, el recreo nacional por excelencia. Todo el mundo en Holanda se desliza y patina, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, la reina como el obrero, el seminarista como el joven escolar. Se va sobre hielo no solamente para hacer ejercicio o recrearse, sino también para pasearse, y se hacen viajes sobre patines; patinando se hacen las compras, los negocios, el comercio. 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 15
Más largo y riguroso es el invierno, más la vida de todo un pueblo se pasa durante este tiempo sobre el hielo. Tan pronto como aparece, se patina con entusiasmo y pasión, e incluso con una temeridad y despreocupación que sorprende en este pueblo normalmente tranquilo y cuidadoso. 
Este invierno del año 1395 en Schiedam era duro; la Schie y los canales que dividen la ciudad como un damero estaban todos helados. Una tarde, alrededor de Candelaria, las amigas de Liduina la invitan a unos de sus juegos preferidos. Ayudará dicen, a la convalecencia du su reciente enfermedad, procurándole movimiento y relajamiento. No hizo falta insistir. Liduina, sus biógrafos resaltan este detalle, “pide permiso a su padre”, y allí va con sus amigas. No tienen que ir muy lejos para encontrar un lugar propicio. La alegre pandilla no tiene más que abrir la puerta trasera de la casa y avanzar en medio de la calle. La parte central de la calle - todavía es así en muchas ciudades holandesas – es un canal, y este canal está helado. Nos encontramos en seguida sobre una ideal pista de hielo que, gracias a sus numerosas ramificaciones, nos permite evolucionar sobre ellas durante horas sin tener que volver sobre nuestros pasos para retornar al punto de salida. 
Desgraciadamente este día de alegría fue de corta duración. Después de haber calzado sus patines y hecho una cuantas vueltas sobre el canal helado, el grupo de jovencitas se descansaba antes de emprender una nueva vuelta, cuando una compañera, llegando con retraso y con toda velocidad no pudo frenar a tiempo y embistió bruscamente el grupo. La pobre Liduina, tambaleándose sobre sus patines resbaló y cayó con fuerza sobre un trozo de hielo, rompiéndose la costilla flotante derecha. Las jóvenes gritan, horrorizadas, testigos del accidente se precipitan, levantan la pobre niña, y con infinitas precauciones la llevan a su casa. 
En casa. 
Todos le dan los más sinceros testimonios de cariño y de compasión. Sus padres y sus hermanos la cuidan con ternura. Pero el mal, lejos de disminuir, empeoraba y tomaba unos extraños matices. Cerca de la costilla rota se había formado un absceso endurecido. Días y semanas, meses enteros pasaban sin que hubiera mejora. El accidente había ocurrido en la época de la Purificación, y ya estábamos en las vísperas de San Juan 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 16
Bautista, la gran fiesta patronal de Schiedam.  La noche anterior de ese día, el viejo Pedro vino como siempre sentarse al lado de su hija enferma, y esta, aunque bajo la intensidad del dolor, se abalanzó sobre su padre y lo abrazó.  El violente esfuerzo reventó el absceso por dentro y fue la causa de vómitos tan dolorosos que Liduina quedó como casi muerta durante mucho rato. Esta crisis, por cierto, pasó de largo, pero sin aportar ningún alivio. Al contrario, agudizó más aún sus sufrimientos. 
El mal empeora. 
Un mal misterioso había empezado a socavar su salud hasta entonces sin problemas mayores. Ya todo el cuerpo de Liduina era preso de dolor. Incapaz de mantenerse en la cama, se levantaba, se arrastraba de muebles en muebles para ir a beber el agua tibia de la olla que colgaba en la chimenea. Algunas veces con la ayuda de una muleta o de una pequeña escalera de mano se arrastraba fuera de la casa para ir a beber del agua fresca del canal. Todo eso porque una fiebre intensa la devoraba, día y noche y la dejaba sin descanso. A eso vinieron sumarse tremendos dolores de muelas, jaquecas intolerables y una incontrolable necesidad de cambiar siempre de sitio. Tan fuertes eran sus dolores que no podía quedarse ni tumbada ni sentada, como tampoco de pie. 
Acuden los médicos, en vano. Premonición  de André de Delft. 
A pesar de su pobreza, los padres de Liduina habían desde el principio, llamado médico tras médico.  No fueron únicamente los practicantes de la ciudad y alrededores. No solamente el accidente era de dominio público, sino que las extrañas consecuencias de este habían atraído varios especialistas para curar la joven. Emplearon toda su sabiduría y entrega, pero uno tras otro tuvieron que admitir que frente a este mal su ciencia era impotente. 
Uno de ellos, el Maestro André de Delft, parece a la contra de sus colegas haber intuido lo que iba a suceder. Después de haber examinado a Liduina, declaró con franqueza que toda medicación humana le parecía inútil, y únicamente menguaría los pobres recursos de la familia. Y confesando su opinión a propósito del carácter sobrenatural de la enfermedad, dijo a los presentes: “Para esta enferma Dios manifestará tales prodigios que daría el peso en oro de su cabeza para que así fuera yo 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 17
su propio padre.” Desde entonces los siglos han pasado y la medicina ha hecho grandes progresos. Al filo del tiempo muchos médicos se interesaron por el caso de Liduina. La multiplicidad y la intensidad inaudita de sus sufrimientos las han podido estudiar gracias a las notas precisas de los historiadores. Estos han señalado en la persona de la enferma, algunas veces con aguda precisión, los síntomas y complicaciones de casi todas las enfermedades conocidas. El accidente, común, que fue aparentemente la punta de partida, no tiene nada de extraordinario en sí mismo. Y sin embargo, con todos estos datos, ningún médico fue capaz de dar un diagnóstico de la enfermedad de Liduina. El juicio de valor de André de Delft nunca fue contradicho. En nuestra Santa se confirmaba de una manera notable, el dicho: “No hay enfermedades, sino enfermos.” Liduina fue una enferma extraordinaria, donde Dios mismo hizo prodigios.  Ella no padecía únicamente de un mal preciso y característico. “En su pobre cuerpo, dijo Benedicto XIV, irrumpió el gran ejército de las enfermedades.”, y ninguna otra expresión en sentido figurativo no se hizo tanto eco a la realidad como esta. Todos los aspectos de la invalidez y de los dolores que pertenecen a la humanidad fueron como concentrados en Su persona, por una razón que bien pronto Dios iba a desvelar. (Nota: Liduina sufrió todas las enfermedades conocidas en su época, menos la lepra. Según J.K. Huysmans, contemporáneo de H. Meuffels, Liduina hubiera tenido que morir mil veces. A la lectura de los siguientes capítulos entenderemos el porqué.)


CAPÍTULO IV
LA POBRE ENFERMA. 
3 años de dolor y de frustración. 
Este carácter sobrenatural que el médico de Delft había, el primero, entrevisto en la enfermedad de Liduina, la enferma misma lo ignoró durante mucho tiempo. La conocemos como una joven sencilla, dulce y piadosa. Pero durante los tres primeros años que siguieron el accidente, Liduina resentía en su naturaleza humana un horror instintivo por la enfermedad y por las múltiples desgracias que eso conlleva. Todavía no había llegado el tiempo cuando, tocada por la santa locura de la cruz, 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 18
suplicaba Dios de golpearla más y más, cuando por ejemplo, aquejada por dos heridas bubónicas, deseaba y obtenía una tercera en honor a la Santa Trinidad. En esta pobre reclusa de diez y seis años, torturada con intolerables dolores, todo su ser repetía lo del Señor: “¡Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz!”  Le hubiera hecho falta toda su fe, toda su energía para acabar en la suprema resignación: “Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Lo entendemos perfectamente, los Santos pertenecen todavía a “nuestro mundo”, incluso cuando se deslizan lentamente hacia apacibles lugares que desconocemos. 
Como todos los enfermos, Liduina sentía repugnancia por el sufrimiento, sensible a su acoso, preocupada por conocer su mal y acabar con él, o por lo menos procurarse un poco de alivio y de diversión. Sufría de verse inmovilizada, reducida a la impotencia cuando veía alrededor suyo todo el mundo dedicándose a sus quehaceres. Quería levantarse, correr, vivir en fin, y ser parte como los demás de las labores de la casa. También sentía vergüenza – de esta vergüenza, verdadera tortura de los enfermos con sentimientos delicados - por las molestias y el aumento de trabajo y de gastos que se generaban para la humilde familia a causa de su estado. Es en la dichosa tarde, sin duda, presa de uno de estos sentimientos que dominaba en Ella, y destrozada por el sufrimiento como deseosa de consolación y de alivio, cuando se tiró fuera de la cama y se abalanzó en los brazos de su padre. Duraron cerca de tres años, entre el año 1395 y el 1398 este duro noviciado del alegre y sereno sufrimiento, así que esta lucha entra la naturaleza huyendo de la cruz y las dulces invites de la Providencia para que Ella la abrace con amor. Más adelante, durante el curso de su vida extática, Liduina aprenderá directamente de Dios sus intenciones para Ella; pero en el umbral de esta vida tan extraordinaria, nada se hizo por revelación súbita, en un flechazo. Tampoco Dios le envió un doctor en teología, tal como lo deseaba Santa Teresa para la iniciación de las conciencias. Fue por un medio ordinario, la ayuda de un sencillo sacerdote, su confesor, que la Santa iba a conocer su camino. 
La intervención de Jean Pot. 
Este sacerdote se llamaba Jean Pot. Varios indicios, a falta de informaciones certeras, nos hacen suponer que era “prémontré” y vicario 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 19
de la parroquia de Schiedam. Con una verdadera dedicación, hacía muchas visitas a la enferma, y la consolaba de sus abatimientos y de su languidez. Poco a poco, sin la complicación de dichos místicos como de sentimientos rebuscados, la animaba a meditar sobre la Pasión del Salvador y de unirse a los sufrimientos del Divino Maestro para la expiación de los pecados del mundo. 
Ciertamente Liduina escuchaba con docilidad, pero durante mucho tiempo los consejos de su director de conciencia fueron en vano, sin resultados notables. Aún todavía no podía soportar un alimento tan decisivo; todavía no había llegado la hora de Dios.  El buen hombre no se sorprendió como tampoco se desanimó; no apremiaba a su penitente, pero como buen rector consumado que era, con afabilidad y paciencia Le aconsejaba de vencer sus aversiones, de perseverar en sus esfuerzos y de confiar en la ayuda del Dios Bondadoso. Y por cierto, a medida que la Pasión de Nuestro Señor era para Ella motivo de pensamientos y meditación, poco a poco, progresivamente, sus ojos se fueron abriendo. 
Liduina comprende y acepta su misión. 
Su inteligencia se percató de que Dios le proponía una vocación de víctima y de holocausto para redimir los pecados del mundo, y su voluntad acabó por aceptar esta misión con alegría y amor. Sintió su corazón envalentonarse y por la primera vez experimentó una verdadera felicidad en sus sufrimientos. Le parecía que Jesús mismo estaba junto a su alma y la ayudaba a soportar su pesada cruz. Dividió la historia de la Pasión en siete partes que llamaba: sus Horas Litúrgicas. Siguiendo la correspondencia de las horas, las meditaba día y noche, con una regularidad tan perfecta, dice su historiador, que en cualquier momento de su meditación podía a cualquiera indicar la hora que era, de día como de noche. (Nota: Liduina había dejado de conciliar el sueño. Ver más en adelante la opinión de Meuffels.) 
Sufrimientos y sacrificios. 
Y bien pronto el resultado no se hizo esperar: para Ella, sufrir ya no era un sufrimiento sino un inefable goce; llegó hasta decir que, si le bastaría recitar un Ave María para recobrar la salud, no lo haría, y tampoco tendría el deseo de probarlo.  A las privaciones y sufrimientos que Dios le 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 20
mandaba, Ella agregaba algunos de su elección. Es así como hizo cambiar por una litera de paja su colchón de plumas que la bondad de sus padres le había proporcionado, pero que, insistió, propagaba su mal. (Nota: Y tenía razón, con los humores, la sangre y el sudor, el colchón se endureció, mientras que la paja, por barata, se podía cambiar a menudo.)  Más tarde, consideró que esta miserable litera seguía siendo un lujo; explicó que se sentiría mucho mejor con dos o tres tablas de madera desnuda, cubriéndose con vestidos viejos y una manta cualquiera, que en realidad la guardaron bien poco del frio y de la humedad. Durante el durísimo invierno del año 1408, Ella sufrió mucho del frío; su familia fue incapaz de aliviarla; el viejo Pedro, su padre, tenía el pie congelado y fue obligado de dar su trabajo de sereno a su hijo Guillermo. Como de costumbre ocurre, cuando el sufrimiento es fuerte y generalizado, cada uno piensa primero en sí. 
Intervención de Werembold. 
Un sacerdote bastante famoso en los Países Bajos, Werembold de Gouda, visitó la enferma; la encontró muy desatendida y le dio una generosa limosna. Acto seguido, en la iglesia, hizo una enérgica intervención llamando a la compasión y la caridad de los habitantes respecto a las necesidades de Liduina y su familia. (Nota: Petición que fue entonces generosamente atendida por los fieles.) 
Para esta crucificada, la sagrada forma acabó el trabajo iniciado con la meditación de la Pasión. Por desgracia, estábamos en estos tiempos de     “enfriamiento de la piedad”, mencionado en el decreto liberador de Pio X, donde las almas, incluso las más preparadas, estaban mantenidas alejadas del Dios de la Eucaristía. Antes de su accidente, Liduina estaba autorizada a comulgar solamente una vez al año, en la Pascua. Y no mucho más durante los tres primeros años de su enfermedad, donde, pobre inválida del Buen Dios, conseguía con la ayuda de su bastón o de su pequeña escalera arrastrarse hasta la iglesia el santo día de Pascua, y conquistar con mucho esfuerzo el Pan de los Fuertes, cuya recepción más frecuente hubiera sin duda acelerado, para Ella, el momento de la resignación y de la alegría misma de sus sufrimientos. Una vez definitivamente derrotada por el mal, se le permitió comulgar una vez más, y luego todos los dos meses y en las grandes fiestas del año. 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 21
Jean Pot, el amigo fiel. 
A pesar de seguir estas severas reglas que otros habían impuesto, Jean Pot no deparaba en nada para asegurar al alma de Liduina los inefables recursos de la Eucaristía. Cuando le llevaba la sagrada forma, le recordaba de la manera más sencilla posible que, dentro de las Santas Especias estaban su Dios y su Salvador, Este mismo que había tanto sufrido para Ella, y muerto para su salvación, y que recompensaba, con creces, hasta el más pequeño sufrimiento compartido con el amor hacia Él. Emocionada, la Santa escuchaba. Ahora se lamentaba con amargura de lo que llamaba “sus impaciencias de antaño, su inconcebible ceguera”. No paraba de llorar; según Brugman, ni su madre ni nadie podían consolarla como tampoco comprender el motivo de tanta pena. ¡Qué importancia podían tener sus propios sufrimientos! ¿Qué necesidad podía tener de otro sustento (Nota: que la sagrada forma), que además no podía soportar (Nota: Ingerir alimentos le provocaba dolores insoportables.), del sueño que huía de sus párpados? (Nota: En el caso de Liduina, si sumamos las faltas de alimentos y de sueño reparador con sus increíbles enfermedades, podemos considerar hasta ahora este fenómeno como auténtico misterio que desafía la ciencia.) 
Según Thomas a Kempis, el cuerpo de Cristo le tenía lugar de Todo; era su cura, el consuelo para sus dolores, su substancial alimento (*), su descanso verdaderamente reparador. (*: Esta influencia de la Santa Eucaristía en la vida corporal del comulgante es admitida por la Iglesia en sus rezos oficiales. Así por ejemplo cuando Liduina habla del “banquete celestial “, que en el caso de Caterina de Siena sostenía su vida temporal: mensa coelestis quae beatae Catharinae Virginis vitam etiam aluit temporalem. Miss. Rom. 30 Aprilis. Postcommunio.) 
Y Brugman tenía razón cuando decía que “la meditación de la Pasión y la santa comunión eran como los dos brazos con los cuales Liduina abrazaba a su Amor Divino.” 
Por otra parte, en adelante más que nunca iba a necesitar ayuda y ánimo, y solo Dios podía dárselos. Puede ser que, aunque fueron numerosos y terribles en intensidad, los sufrimientos de Liduina, durante los tres primeros años de su enfermedad, no habían sobrepasado la medida plena, pero soportable, de muchos grandes enfermos.
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 22
Liduina tiene 19 años. La enfermedad se convierte en horror. 
Pero, pasado este tiempo – Liduina tenía entonces diez y nueve años – su enfermedad tomó un giro verdaderamente espantoso. A los males de los cuales ya hemos hablado, acaban por sumarse otros que conmueven parientes e interesados por la pobre enferma: vómitos pestilentes, terribles migrañas, sobresaltos de dolor que sucesivamente tensan, recogen, contractan o tuercen en todas direcciones su pobre cuerpo, y le provocan síncopes (desmayos) que la dejan como muerta. Ya no podía levantarse más, tampoco mover sus brazos salvo el izquierdo. (Nota: Ver explicación a continuación.)  La belleza de su rostro que hasta ahora había conservado, desapareció: desde lo alto de la frente hasta la mitad de la nariz la carne se hundió como si tal un hachazo, el labio inferior se descolgó hasta la mitad de la barbilla, el ojo derecho se cegó totalmente y el izquierdo se volvió tan sensible que no podía soportar la luz del día como tampoco los destellos del fuego de la chimenea de su cuarto mantenido en casi oscuridad. Un nuevo absceso surge en su hombro derecho, y entra en putrefacción. Pronto aparecen los primeros síntomas del cólico nefrítico, luego el mal de los ardientes se encarniza sobre Ella y le devora el brazo derecho infligiéndole intolerables neuralgias. Parece que brazos y piernas se mantienen unidos al tronco únicamente por algún músculo aislado. Y cuando hay que levantarla o cambiar de sitio, hay que antes, con la ayuda de trapos, liar estos pobres miembros por miedo a que se separen del cuerpo y caigan. Parece que su cuerpo iba a descomponerse y ser la presa de la gangrena que la devoraba desde dentro. 
Sonderdank se enfrenta a la terrible enfermedad. 
El Conde de Holanda, Guillermo VI, y su mujer, Margarita de Borgoña, le enviaron su médico particular Godefroy de La Haya, no menos conocido por su ciencia que por su gran bondad para con los pobres y la gente humilde. Los atendía gratuitamente. A los que no se olvidaban de darle las gracias con el tradicional “grooten dank: grandes gracias”, les contestaba siempre “sonder dank”, que significa “no hay gracias”. De allí se le ha quedado el famoso apodo de Godefroy Sonderdank, que fue inmortalizado por el reconocimiento popular en memoria de su 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 23
bondadosa caridad. Reconoció Liduina y se ocupó de Ella con toda su habilidad y bondad. La relacionó con uno de sus amigos, un médico de Colonia, que fue también muy bueno para Liduina, llegando hasta asegurarle la continuación de sus atenciones a través de un fiel intermediario, conocedor de sus secretos en medicina, en caso de que él mismo vendría a morirse antes que Ella. Estos excelentes hombres con todos los recursos de su ciencia y bondad aportaron algún alivio a esta gran enferma. Cada uno llegó a algún resultado parcial, pero por el resto fue en vano; esta misteriosa enfermedad desafiaba todo arte y entrega. En tres sitios diferentes se habían abierto en el cuerpo de Liduina, heridas anchas donde pululaban, tales como en sus nidos, repelentes gusanos. Para destruirlos, Godefroy Sonderdank consiguió fabricar cataplasmas que, puestos encima de las heridas, servían de comida a los voraces gusanos. Esto permitía atraerlos a la superficie del cuerpo, y así extraerlos, hasta un centenar diariamente dicen los biógrafos.  Pero este tratamiento no era más que un paliativo, porque continuamente la inmunda jauría resurgía de nuevo. El médico de Colonia, había probado en el año 1414 cerrar las heridas, y lo había conseguido. Pero entonces el cuerpo de la enferma se había hinchado desmesuradamente bajo el efecto de la hidropesía. 
La enfermedad de Liduina llegó a tal punto que, a la lectura de los historiadores de la Santa y de la declaración oficial de los magistrados de Schiedam, parece como si asistiéramos a acontecimientos misteriosos de cementerios, de los que ocurren en un ataúd después de dos o tres meses de la muerte. En esta carne inocente se concretaban de nuevo las descripciones enérgicas de los escritores de lo sagrado, sobre todo Isaí, con las cuales han descrito al más hermoso hijo de los hombres, transformándose por exceso de amor en un Hombre de Dolor, enseñando en su cuerpo virginal ninguna parte sana, a duras penas una apariencia humana, siendo de la cabeza a los pies nada más que lepra y herida, un espectáculo horroroso para los que lo contemplaban y un objeto de rechazo y de asco para los que pasaban de largo en el camino.  Guardándose de cualquier comparación entre Dios y su criatura, este “Hombre de Dolor” revivía otra vez en esta joven, antaño tan bella y llena 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 24
de salud, y hoy, según la expresión enérgica de Bossuet, transformada en una verdadera “piltrafa humana”.  Porque, en tal caso, Liduina con sus veinte años no era nada más que un aglomerado de miembros humanos torturados por el sufrimiento, mantenidos unidos y en vida solamente por el poder de Dios. Se quedó así – y aquí está el gran milagro – hasta su muerte que llegó treinta y tres años más tarde, dejándole el tiempo de enseñar al mundo una “paciencia como no se encuentra en todos los siglos pasados” según las palabras del comentarista Bolandista de la vida de Liduina. Y no nos sorprendemos de oír Benedicto XIV, a continuación de Corneille a Lapide, sumar el nombre de la humilde joven de Schiedam a la lista de los grandes nombres bíblicos como Lázaro, Job y de Tobie, cuando habla de “los espejos y los modelos de paciencia designados por Dios a todos los enfermos y afligidos de todos los tiempos”. 
………….……………………………Sta. Liduina x H. Meuffels Cap. 3 y 4 Página 25