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MEUFFELS. STA. LIDUINA de SCHIEDAM. CAP.10

CAPÍTULO X

LA MUERTE, EL CULTO, LAS INLFUENCIAS.

Mientras que Liduina parecía disponer así de la salud y de la vida de sus prójimos, ella misma se preparaba para la muerte. Tenía casi cincuenta y tres años y toda su existencia era un puro milagro. Desde la edad de los 24 años ya no probaba alimentos sólidos. Padecía horriblemente de sus enfermedades y a pesar de eso atendía a sus visitantes. (Nota: Conforme fue empeorando su enfermedad Liduina dejó de comer. Al  principio,  algún trozo de manzana y de pan. A  partir de los 24 años, probó únicamente líquidos, agua con miel, o con algo de vino y de canela. En los últimos 14 años de su vida, se alimentó solamente de un poco de agua junto con la sagrada forma. Teniendo en cuenta sus enfermedades el caso de Liduina es más extraordinario que el de Teresa Neumann.
El Rosal. 
Algunas veces, llenos de compasión, su confesor Jean Wouters y la viuda Catherine Simons le preguntaban, cuando Ella volvía de sus éxtasis, por la hora de su liberación. “No, no, contestaba, el rosal aún no tiene todas sus flores.” Brugman nos da la respuesta a este misterio. En sus visitas al Cielo en compañía de su ángel, este, muchas veces, le presentaba un rosal, pequeño en un principio, pero que lentamente había crecido y podía ya abrigarla con su sombra. Al lado de unas ramas de flores radiantes, le mostraba algunos capullos todavía cerrados; “Le explicó, que cuando por fin el rosal tuviera todas sus flores abiertas, entonces vendría la hora de su liberación.” 
Resultó, que una mañana de enero del año 1433, Liduina, al salir de una larga éxtasis, se adelantó a la pregunta de sus confidentes y les dijo con alegría: “El rosal tiene todas sus flores, queda solamente un capullo por abrirse; dentro de poco dejaré el valle de lágrimas.” Y entonces desde este día, la Santa preparaba con aún más preocupación el momento bendito cuando por fin podría irse al Cielo; y como Santa Gertrudis parecía más bien consumirse por la causa de un apasionado amor por Dios, que por razones de enfermedad. A su manera, Dios la ayudaba a coronar dignamente su largo martirio. 
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Aumento de los sufrimientos. 
“El dolor se hizo tan agudo, dice Brugman, que tres o cuatro veces en el tiempo de una hora, Ella sufría un síncope y se quedaba como muerta.”  La fiebre la atenazaba; escalofríos insoportables alternaban con subidas excesivas de temperaturas; le castañeteaban tanto los dientes que daba miedo. Incluso tuvo crisis de apoplejía y epilepsia. Cuando llegó el festivo de la Purificación, los cálculos renales se juntaron a sus otras miserias, y se hicieron tan malignos que sus familiares pensaban que se iba a morir a cada instante. En los raros momentos de tregua, cuando el sufrimiento la abandonaba, no se oían nada más que suspiros de aceptación a la voluntad del Buen Dios. Consentimiento aún más digno, dice Brugman, cuando de hecho desde algún tiempo Dios ya no la consolaba con las comunicaciones celestiales de costumbre: Ella estaba como si se hubiera tenido que encontrarse junto al Salvador en el jardín de la agonía; estaba triste, deprimida, abrumada por una insoportable impresión de abandono por parte de Dios. Esta última prueba, es verdad, no duró mucho tiempo. Dios devolvió a su sirvienta los favores celestiales que le habían permitido soportar todos los demás sufrimientos. 
Liduina anuncia su muerte para la Pascua. 
El 22 de febrero, domingo del Quincuagésimo y festivo del púlpito de San Pedro a Antioquía, un prior, por lo visto era Nicolas Wit de Schoonhoven, se fue temprano a la casa de  Liduina, para llevarle la comunión en lugar de Jean Wouters todavía convaleciente. Encontró el cuarto de la enferma todo perfumado; Ella volvía de uno de sus paseos por el Cielo. Informó a su visitante de cosas divinas y, dándole cita al final de la Pascua, le dejó entender que en este momento iría finalmente al Cielo y que entonces no necesaria más de sus buenos consejos, sino de sus rezos. 
Dos días antes. 
El pensamiento de la muerte no la abandonaba. El santo día de Pascua Jean Wouters  llegó a las cuatro de la mañana para entretenerse con la enferma, y la encontró convencida de su fin inminente. Durante toda la noche - le dijo - había escuchado los alegres aleluyas del Cielo; pronto Ella iría cantarlos con los ángeles y los elegidos. Entonces le recordó un hecho 
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que el buen pastor contó más tarde a Brugman. Hacía cuatro o cinco años la enferma había pedido un favor a Dios, al cual le daba mucha importancia, y era de morir absolutamente consciente de este momento fatal, y sola. 
El 14.04.1433. 
Dos días después, el  martes de Pascua, (Nota: 14 de abril.) cuando él llegó a traerle la santa comunión, Ella le pidió con insistencia reiterada de no recibir ninguna visita, dejando solamente el joven Balduino a su cuidado. Jean Wouters le contestó que avisaría a todos, según su deseo, y luego se marchó. Pronto Liduina entró en éxtasis: por esta vez pudo llenarse a saciedad de las consolaciones celestiales que tanto había hecho en faltas  estos últimos tiempos. Cuando volvió en sí, una crisis de sofocación estuvo a punto de traerle la muerte; y eso se repitió puede que veinte veces durante todo el día. Según Brugman, “El pobre niño que la cuidaba, tan solamente tenía tiempo de ir a vaciar la escupidera y traérsela de nuevo para recibir de nuevo sus vómitos.” Eran las tres de la tarde, y la agonía acababa de empezar. En esta santa hora, que le era tan familiar, parecía que Liduina iba a vaciarse de toda la amargura de su vida entera. De repente, recuperándose de un abrazo de dolor, le dijo en voz baja a Balduino: “Ah hijo mío, si mi Señor viera como tanto sufro.” Fueron sus últimas palabras. ¿Era este, en la angustia desesperada de Ella, el grito del Salvador en la Cruz cuando dejó escapar de sus labios el lamento: “Dios mío, Dios mío, porque me habéis abandonado.”? ¿Pedía ahora la extremaunción, que su deseo de morir sola le había hecho olvidar? ¿O bien, llamaba Ella en este instante supremo al buen y fiel Jean Wouters, cuyos consejos le habían sido siempre saludables, y cuya ausencia le era dolorosa, cuando podría ahora confortarla y bendecirla en esta última lucha? Es, pensamos, esta tercera suposición, respaldada por Brugman  y por Tomas a Kempis quién da las explicaciones de las últimas palabras de Liduina. (Nota: Nosotros pensamos sinceramente que Liduina hablaba de Jesus, y no de Jean Wouters, quien era ante todo su amigo. Para Ella su Señor era el Cristo mismo, que tenía en gran devoción. Pensamos que la interpretación de Tomas a Kempis se debe al pudor de no hacer un expreso paralelismo con el caso de Jesus en la Cruz.) En todo caso, el joven Balduino lo entendió así. Pensando que su tía llamaba a su confesor, salió corriendo en su busca. Lo encontró rezando el oficio 
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de los muertos junto a la madre superiora de las Hermanas, muerta el día anterior. El buen pastor acudió en seguida, mientras el niño iba en busca de los familiares. Pero llagaron demasiado tarde. A penas Balduino había salido de la casa en busaca de ayuda, y antes de que alguien llegase, Liduina sola con Dios como lo había deseado, acababa de consumir el sacrificio de su largo martirio. 
Post-Mortem.  Los últimos milagros. 
Nacida hace cincuenta y tres años al canto de la Pasión del Salvador, del cual mejor que nadie había reproducido durante toda su vida el doloroso misterio, fue en este martes de Pascua, el 14 de abril 1433, a las 3 de la tarde, cuando entró en la alegría inefable de la vida eterna, mientras cantaban en todas las iglesias de la cristiandad, los aleluyas de la Resurrección del Salvador. Cuando Jean Wouters y los familiares se repusieron de la sorpresa se dieron cuenta que tanto en la muerte de Liduina como en su vida todo era maravilloso como humanamente inexplicable. Ella, quién durante tantos años estuvo en la imposibilidad de mover su brazo derecho, casi descolgado de su cuerpo (Nota: Fue víctima del fuego de San Antonio, y un médico le cosió el brazo muerto por un tendón en el hombro.), ahora que la encontraban muerta, tenía los dos brazos cruzados sobre el pecho como lo había predicho. (Nota: Tomas a Kempis no habla de esta predicción.)  Su cinturón de penitencia, este cinturón de crin de caballo que llevaba desde tanto tiempo alrededor del cuerpo y que no hubiera podido ni romper ni desatar, se encontraba ahora al pie de su cama, el nudo perfectamente intacto. 
El velatorio público. 
Jean Wouters, acordándose del deseo de la Santa quería enterrarla el día siguiente de su muerte. Pero se encontró con la oposición de los magistrados de la ciudad. Le prohibieron bajo pena de cárcel y de confiscación de sus bienes obedecer al último deseo de la Santa porque entorpecía el deseo de satisfacer a la piadosa curiosidad del pueblo. Entonces en su propia casa Liduina fue presentada al público encima de una cama preparada especialmente para el evento. Conforme a las instrucciones que Ella misma había dado a Catherine Simons para su entierro, la habían vestido de un largo vestido (Nota: Blanco) que había 
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encargado especialmente para este propósito, ceñido debajo del pecho por el cinto de crin, su instrumento favorito de penitencia. Sobre la cabeza llevaba en lugar de una corona, una cinta de pergamino sobre la cual se había escrito, según sus indicaciones, varias veces las palabras de Jesús y María
El Milagro del rejuvenecimiento. 
En lugar de encontrarse con una figura descompuesta y un cuerpo retorcido, todos estaban ahora en presencia de un cuerpo de una gran belleza. La hendidura hasta su barbilla había desaparecido, así que sus labios descarnados: todos sus miembros – dice Brugman – lucían el encanto de una carne en plena salud virginal. Las múltiples heridas y tumores habían dejado de marcar su cuerpo, salvo las cicatrices provocadas por los Picardos. (Nota: Es decir que todo lo que fue provocado por Dios, desapareció, salvo el tormento humano.) Desaparecieron sus rasgos torturados y contractados por el dolor de tantos años de sufrimiento; incluso las arrugas de la edad; toda su cara respiraba la plenitud, blanco como el mármol, resplandeciendo de gracia y de  majestad. “Nos encontrábamos – dice Brugman – con un cuerpo de gloria.”; y nunca pisando tierra se vio una estatua tan bella de mujer, de una mujer que había pasado su vida en un jergón, presa de todos los sufrimientos inimaginables. Este evento extraordinario atraía la muchedumbre y maravillaba. La espera de los magistrados no fue en vano; conforme se corría la voz de la muerte de la Santa, la afluencia del pueblo a penas se gestionaba; venían de todos los lugares, de Rotterdam, de Brielle, de Delft, de Leyde, para contemplar una última vez a  Liduina muerta. “Los ancianos acudían sobre sus frágiles piernas – dice el historiador – y los niños, todavía demasiado pequeños, dejaban de llorar salvo cuando se les levantaban en brazos para contemplar los rasgos de la Santa. Entonces – comenta ingenuamente el autor – se les daba un trocito de pan blanco.” (Nota: Meuffels no esclarece un punto importante, contado por Brugman, el historiador oficial, y es que cuando Balduino volvió con Jean Wouters, los feligreses y los familiares, se encontraron con el cuerpo transformado de Liduina. He recorrido ida y vuelta el mismo camino, entre la casa de Liduina y la iglesia de San Juan Batista, tardando unos veinte minutos. O sea, una media hora para un niño y el bullicio de la gente. Se sospechaba que Liduina estaba a punto de morir, pero nadie lo sabía a 
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ciencia cierta. En estas condiciones es absolutamente imposible que se hubiera podido retocar el cuerpo por parte humana en tanto corto lapso de tiempo. O sea que aquí nos encontramos con una flagrante intervención, llamémosla “divina”. En cuanto al silencio de Meuffels sobre las circunstancias precisas del milagro, lo achaco a la ingenuidad de un clero que cree en los milagros sin hacerse demasiadas preguntas.
Las tres hermanas  de Jean Wouters que velaban la difunta, noche y día, no podían destacar sus miradas de este cadáver extraordinario; es de una de ellas, Cecilia, que Brugman tiene la mayor parte de estos detalles. Pero otra virtud salía de estos gloriosos restos de dolor. Bastaba que una mujer de vida disuelta toque el cuerpo de la Santa con su rosario para que el cuerpo quede marcado por este contacto impuro. Este incidente hizo que el prior, Judocus de Brielle, dio a entender al buen pueblo de Schiedam que sería inconveniente, para su santa compatriota, persistir en una veneración que podría resultar indiscreta. Suplicó a su auditorio de no oponerse por más tiempo a las desideratas de la santa Iglesia, tocando y retocando los restos mortales de sus hijos. El pueblo se dejó convencer por la autoridad y el tacto del orador. El santo religioso hizo encerrar el cadáver en un ataúd donde se quedó expuesto hasta el momento de los funerales. 
Los Funerales. 
Estos tuvieron lugar el viernes 17 de abril.  Después de la  misa de los difuntos, se llevó el cuerpo al cementerio al lado de la parroquia de la iglesia. Unos obreros habían preparado una tumba recubierta de un techo sostenido por muros de piedra y madera. Y el cadáver se colocó en esta especie de cripta. Uno de los últimos deseos de la Santa fue cumplido: hasta en la tumba su cuerpo evitaba cualquier contacto con una tierra que no había podido tocar durante casi de cuarenta años. (Nota: El ataúd reposaba sobre unos gruesos maderos, alejándolo así de la tierra.
Ya en el año siguiente a la muerte de Liduina, se edificó una capilla alrededor de la tumba, con acceso directo a la iglesia dedicada a la santa Trinidad. Durante todo el año, y sobre todo en el martes de Pascua que recordaba el aniversario litúrgico de su fallecimiento, numerosos fieles iban a rezar en la capilla. El nombre de Liduina se había hacho muy popular en la ciudad, y muchas familias lo daban a sus hijas durante el bautizo. Ya el rumor corría que hechos milagrosos ocurrían debido a la 
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intervención de la Santa; Tomás a Kempis, su contemporáneo, relata tres famosas curaciones que fueron adjuntadas por los Bolandistas a continuación de la Vita Prior de Brugman
La importancia de Guillermo Sonderdank. 
El principal promotor de una movilización piadosa y ciudadana hacia la persona de Liduina, fue Guillermo Sonderdank, hijo del famoso Godefroy Sonderdank, también médico. Guillermo había heredado de su padre un verdadero culto para Liduina, adoración llena de compasión durante la vida de la Santa, y de admiración después de su muerte. A instancias suyas, y porque supo colaborar con el historiador, presentándole Jean Wouters y otros testigos de los últimos años de Liduina, Brugman por la tercera vez redactó una vida de Liduina: la Vita Posterior. (Nota: La primera eran bocetos sin demasiados detalles, la segunda fue la Vita Prior, mucho mejor redactada. La Vita Posterior, es pues mejor dotada en detalles pero peca, según los críticos, de sentimentalismo. Es por eso que los Bolandistas guardan las dos Vitas, hecho único en sus hagiografías de santas y santos.
Fue también Guillermo Sonderdank quién hizo realidad el deseo, muchas veces expresado por Liduina, de construir un asilo para los enfermos en el sitio de du modesta casa. El establecimiento tuvo su capilla en el sitio mismo del cuarto de Liduina. En el año 1461 fue custodiado por la hermanas Clarisas venidas de Harlem, y fue llamado con el nombre gracioso de Leliëndaal, o Valle de los Lirios. (Nota: Sigue en la actualidad como orfanato.) 
Anécdota: una historia de traición. 
Gracias a la intercesión de  Liduina, dicen los habitantes de Schiedam, una tentativa de traición fracasó, evitando así que la ciudad cayera en manos de las bandas de Frans de Brederode. El acontecimiento ocurrió en tiempos de la guerra entre el emperador Maximiliano, las ciudades rebeldes de Flandes y el partido de los Hameçons, que quería hacer valer los derechos de María de Borgoña, su esposa, y de su hijo Felipe el Hermoso, sobre toda la región del principado de los Países Bajos. Dueño de Rotterdam desde el 19 de noviembre de 1488, Frans de Brederode, el temible jefe de los Hameçons, amenazaba Schiedam. La ciudad estaba defendida por un destacamento de caballería, bajo el mando del Señor de Wittenhorst, y por refuerzos de infantería destacados a toda prisa por las 
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ciudades de Harlem, Delft, Leyde y Amsterdam que seguían fieles al emperador. Había problemas de entendimiento entre las tropas de infantería y la caballería. Wittenhorst, por otra parte, era uno de esos jefes mercenarios siempre dispuesto a vender sus servicios a quién más le pagaba, y no tardó en atender las ofertas de Brederode. La ciudad debía ser entregada, por traición, el 14 de febrero del 1489, a las nueve de la noche. Pero el centinela dio la orden una hora antes. Este error puso en alerta los soldados que no entraban en el complot. Después de una encarnizada reyerta, estos consiguieron ahuyentar a los traidores y les persiguieron hasta las puertas de Rotterdam antes que los soldados de Brederode intervinieran. En su alegría de haber escapado al peligro – las masacres y el saqueo de Rotterdam por parte de los Hameçons, eran famosos – los habitantes de Schiedam decidieron de una procesión anual en el día de aniversario de tal acontecimiento, el 14 de febrero, así que una edición a cargo de la ciudad de la última Vida de Liduina por Brugman, la Vita Posterior, atestiguando así durante los años venideros, el reconocimiento de todos hacía la santa protectora de la ciudad. (Nota: El hecho que el centinela traidor haya sido engañado a la hora de preguntar la hora a un transeúnte no garantiza en “casi nada” la intervención de Liduina. Si Liduina lo ha hecho, que después de todo es posible, y conociéndola, nos preguntamos porque no  pudo intervenir en los acontecimientos narrados a continuación. ¿Será que intervino otra vez la mortífera ley divina de báscula? (Ver Consideraciones Finales.) 
Empiezan los disturbios de la Reforma. 
Desgraciadamente, un siglo más tarde, el feudo de Liduina como todo el resto de Holanda, sufrió el azote de la Reforma. Bajo las órdenes de Entes de Mentheda, uno de los principales lugartenientes del Conde de la Marck, los Perros de la Mar, después de haber sometido Brielle, ocuparon Schiedam en un santiamén. Al igual que en las demás ciudades, mostraron su fanatismo religioso al compás de su bravura de soldadesca. El asilo de Leliëndaal fue desacralizado, la iglesia de San Juan fue profanada y rendida al nuevo culto. Si Schiedam no tuvo, como Brielle y Enkhuizen, sus mártires de Gorcum o de Alkmaar, es porque la conducta del último cura de Schiedam, el Norbertino Clemente Hueckenhorst de Amersfoort, no le permitió obtener tal gracia, y que los sacerdotes fieles a la iglesia de Roma tuvieron tiempo de poner a salvo sus vidas y su honor. Más tarde, un cura 
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ya mayor, Gerardo Jacobs, que se había escondido en el Beguinage, del cual era el rector, fue descubierto por los soldados, maltratado, tirado en una barca y llevado a Delft, donde murió pronto de sus heridas. 
La capilla de Liduina sufre el pillaje. 
No parece que habiendo profanado la iglesia, y robado todo lo que estaba en la pequeña capilla cerca de la Santa-trinidad, donde reposaba el cuerpo de Liduina, los nuevos invitados hayan profanado el mismo sepulcro. Tan solamente taparon la entrada, y se llevaron la piedra tumbal esculpida con el nombre y la imagen de la Santa, a otro lugar de la iglesia. La colocaron de revés, afín que se olvide su imagen. (Nota: Esta aversión por las imágenes santas, aparte de estúpida, (por el desprecio del encantamiento poético), es una clara superstición hacía los poderes divinos, tanto y tanto que los reformistas en la iglesia de San juan, guardaron finalmente una de las piedras tumbales, boca arriba, en la sala de reunión, y levantaron en el jardín de la iglesia una estatua de Liduina, bastante fea por cierto.
Las reliquias de Liduina van de viaje. 
Durante la tregua de doce años (1609-1621), a la petición de los archiduques Alberto e Isabela, y a raíz de muchas dificultades y de dinero, algunos sacerdotes y piadosos laicos consiguieron sacar la osamenta de la Santa (15 de diciembre 1615), y llevársela a Bélgica. Alberto e Isabela repartieron los huesos entre varias iglesias. La de los canónigos de San-Wandru de Mons recibieron una parte, pero el lote más importante llegó a parar en la capilla del palacio de los archiduques en Bruselas, de donde fueron llevadas más tarde a la iglesia de Santa Gudule y a las carmelitas de la ciudad. El arzobispo Mathias Hovius, autorizó el culto de Liduina en las iglesias de su inmensa diócesis de Malines
El catolicismo se restablece poco a poco. 
En los Países Bajos del Norte, en Schiedam sobre todo, los católicos no perdieron nunca de vista a su santa compatriota. Pero para rendirle los honores que se merecía, se tuvo que esperar la pacificación religiosa del país. Su Fe se mantenía compacta, se desarrollaba incluso normalmente. En la primera mitad del siglo XVII, el Vicario apostólico de Holanda pudo enviarles (1610) un seglar (Govert van Vliet), y algunos años más tarde (1616), los Dominicanos entraban en la ciudad. En el año 1672, cuando Holanda estuvo en guerra con Francia e Inglaterra, los católicos, 
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sospechosos de simpatizar con el enemigo, se vieron molestados legalmente en sus prácticas religiosas. Pero sufrieron aún más a raíz de las revueltas jansenistas. La desobediencia de Pieter Codde, favorezida por el poder civil, costó a la Misión de Holanda setenta estaciones que se quedaron, almas y bienes, en manos de los disidentes. Fue el pastor Tibbel quién inauguró, en Schiedam, la implantación de los curas jansenistas; los Dominicanos, ellos, quedaron fieles a la jerarquía legítima y fueron desde entonces, durante dos siglos, los únicos pastores católicos de la ciudad.
Schiedam desarrolla la industria de la Ginebra. 
Muchos obreros de las provincias católicas de la Westfalia o del Brabante vinieron a buscar un trabajo mejor pagado. 
La industria de la ginebra se desarrollaba y se anteponía a la pesca del arenque y a la fabricación de todo lo relativo a la navegación. Cerca de cuatrocientas destilerías trabajaban a la fabricación del “Schiedam”; el nombre del apetitoso pero peligroso licor se confundió de ahora en adelante con el de la ciudad misma; la Schie y los canales se llenaba de barcazas que llevaban el grano y que se llevaban para afuera los toneles llenos del sabroso líquido. Para moler este grano se construyeron potentes molinos de viento. Sus grandes alas formaban un conjunto de vergas alrededor del viejo campanario de San Juan Bautista y daban un aspecto pintoresco a la ciudad. Fue en el siglo XVIII cuando esta industria de la ginebra alcanzó su punto culminante de prosperidad. 
El catolicismo se reorganiza.  La Institución Santa Liduina. 
Bajo el   reino de Luis-Napoleón la pacificación religiosa se consolidó y la ciudad de santa Liduina no fue la última en beneficiarse de esos tiempos nuevos. En la magistratura, cuyo acceso les era cerrado hasta ahora, pronto reaparecieron los nombres de viejas familias católicas. Una tras otra se crearon y organizaron todas las obras católicas de enseñanza, caridad y obras sociales. (En el año 1861 se construyó uno de los más grandes establecimientos de caridad de la ciudad, “La Institución Santa Liduina”. En la capilla se veía empotrada en la pared, la gran losa que recubrió durante casi dos siglos la tumba de la Santa.) (Nota: Esta losa se encuentra actualmente en la Liduina Basiliek, cerca de la estatua de plata de Liduina.) 
Prueba aún más significativa de su fe cristiana, Schiedam pronto volvió a 
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ser un centro de vocaciones sacerdotales y religiosas, y hoy en día, (Nota: Principio del siglo veinte, cuando Meuffels visitó Schiedam.) es todavía un privilegio que ostenta cuidadosamente. 
Nuestra Señora de la Visitación, una iglesia para Liduina. 
En el año 1822, los católicos construyeron, cerca del viejo edificio contemporáneo de Liduina, pero bajo mandato protestante, una nueva iglesia San Juan Bautista. Treinta años más tarde, una segunda parroquia, Nuestra Señora de la Visitación, fue construida en los nuevos barrios de la ciudad, y fue el principal centro de culto de Santa Liduina. Cada una de esas dos parroquias edificaron otra: el Santo Rosario (1880), gestionado como San Juan Bautista por los fieles de Santo Domingo, y el Sagrado-Corazón (1920), en los barrios cercanos al Mosa, donde trabajan con fervor, al igual que en Nuestra Señora de la Visitación, los religiosos de la diócesis. 
Gestiones ante la Santa-Sede. 
Para completar dignamente esta obra de expansión católica, sacerdotes y fieles pedían desde mucho tiempo para el culto de Santa Liduina, el reconocimiento oficial de la Santa Sede, que aún faltaba. Ya antaño, a raíz  de las presiones de los dominicanos, se habían iniciado gestiones en este sentido por los prelados Antonucci y Belgrado, los últimos superiores de la Misión de Holanda. Pero, fue solamente veinte años después del restablecimiento de la jerarquía (1853), cuando el proyecto empezó a hacerse realidad, sobre todo gracias a la perseverante tenacidad del cura Van Leeuwen.  Con la ayuda de la Santa Sede y del Cardenal Dèschamps de Malines, este diligente sacerdote había obtenido en el año 1871 para la ciudad de Schiedam, de las Carmelitas de Bruselas, una afamada reliquia de Liduina. Tres años más tarde empezaban las actas canónicas. En un principio se quiso establecer un procedimiento ordinario de beatificación. Pero se consideró más rápido, y también más oportuno el procedimiento de la Confirmación de un Culto inmemorial. El culto de la Santa no se había limitado a la única ciudad de Schiedam como tampoco a la sola iglesia de Holanda. El nombre de Liduina siempre se había pronunciado con respeto en otros países; las ediciones y las traducciones de su Vita se habían multiplicado; pintores habían reproducido las escenas más 
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interesantes de su historia; sus virtudes estaban alabadas, no únicamente por los autores más famosos de las Vidas de los Santos, sino también por los Bolandistas, por el Papa Benedictino XIV, por Santo Alfonso de Liguori, y por tantos otros escritores cuya admiración por la humilde virgen de Schiedam se sumaba a su ciencia eminente, y eso sin la  menor sospecha de sentimentalismo. 
Los últimos obstáculos. 
Fue en el año 1874, cuando el obispo de Harlem, creó un tribunal eclesiástico para conocer esta causa movida por el incansable cura Van Leeuwen y el profesor Jean Smit de Warmond ayudándole como secretario. Después de treinta y siete sesiones, el tribunal cerró la investigación en el año 1877, y declaró en la sentencia del 27 de abril, que el culto rendido hasta ahora a la memoria de Liduina nunca había sido interrumpido. Por lo tanto, se pudo tramitar la causa a Roma donde encontró en el Cardenal Pitra un devoto defensor. 
Por fin, Liduina es reconocida como Santa. 
Después de muchas vicisitudes la Santa Sede se rindió a una decisión favorable. El 14 de marzo del año 1890, el Papa León XII confirmaba el decreto por el cual la Congregación de los Ritos reconocía con los honores de tiempo inmemorial para la Bienaventurada Liduina el carácter y los privilegios de la excepción prevista por el Papa Urbain VIII. El culto de la Santa estaba oficialmente reconocido; desde entonces su fiesta podía celebrarse con Misa y Oficios propios en los lugares autorizados, y se le asignaba, como fecha fija, el 14 de abril, día de aniversario de su bienaventurada muerte del año 1433. (Nota: Parece mentira lo que tardó la Santa Sede en reconocer los méritos de nuestra querida Liduina. Por el contrario, el Vaticano hoy en día, 2015 y anterior, tarda en santificar a Papas el tiempo de pelar una patata. Que nos perdonen esta nota de humor.)
 *******************************************************************     Conclusión de H. Meuffels. 
Así se presenta, con toda sencillez, la historia de Santa Liduina de Schiedam, una mujer cariñosa pero fuerte, holocausto vivo en nombre de 
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las faltas ajenas,  flor del cielo, nacida en un país famoso por sus flores. Su influencia va más allá de esta pequeña región y de la época en que vivió. El sufrimiento es la eterna herencia de la humanidad y la necesidad de expiación su principal motivo de ser. (Nota: Eso quiere decir que estamos aquí en una situación de Purgatorio, de experiencia, de prueba para alcanzar la sabiduría. Este concepto toma toda su eficacia si le incluimos “la realidad” de la reencarnación, que de una manera contradictoria es negada por la Iglesia desde el siglo IV, (Para ejercer una presión más fuerte sobre las almas, y así garantizarse el monopolio de la redención a los ojos de los pecadores.) pero que los primeros cristianos comprendían perfectamente.)  La serie de flaquezas y de crímenes que deshonoran a nuestra tierra, es larga. Pero extensa también la teoría de las almas que renuevan, a expensas suyas, la acción reconstructiva de un Dios Redentor. (Nota: Si este Dios no se hubiera “equivocado” en la formulación de su Dualidad al nivel de la conciencia, y puede que en la formulación de la materia, no tendríamos que aguantar todas nuestras desgracias.)  Estas víctimas elegidas no están todas postradas en una cama y enfermas como Liduina. Se desplazan, trabajan, sufren de mil y una maneras en el mundo entero. Heroicas pioneras de una obra divina, parecen no haber recibido, ellas, del Padre de familia otra tarea del día que la de sufrir y sufrir, sonriendo y siempre bendiciendo. Las reconocemos en los muchos corazones nobles de cada condición social. Atraviesan la vida, reconciliando el mundo con Dios por el camino de la sencillez en el deber, por la paciencia en las dificultades, por sus hombrías virtudes. Todo sacerdote las reconoce y las admira en la hermosa inconciencia donde Dios les otorga la belleza de sus almas y la grandeza del papel que asuman en el plan terrenal. Son verdaderamente la sal de la tierra, la recompensa de nuestra herencia, el perfume de nuestro jardín, la gloria de nuestra raza. (Nota: Entenderemos aquí: de nuestra especie, la humana.) En el tumulto de estos nobles corazones, vemos normalmente el hombre actuar y realizarse con más empeño aún; a la mujer parece serle reservado la misión, más meritoria aún, de dominar las adversas circunstancias con el dolor. Liduina de Schiedam no ha recibido en la historia la fama de Claire de Asis, o la de Colette de Corbie, de Catalina de Sienne o la Teresa de Ávila. Pero su ejemplo es todavía muy honorable en el conjunto de las almas de élite que se transmiten a través del tiempo el ministerio de la caridad y del 
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sufrimiento redentor. Ministerio sublime, siempre necesario mientras hayan seres humanos, pero siempre cumpliéndose con amor y generosidad; la historia lo atestigua. 
El mundo no es un cenagal como muchos se empeñan en describirlo, tampoco un teatro donde no se ven nada más que injusticias y delitos. El mal, por desgracia es bien real, pero el bien es constante, él también, y en definitiva, el bien prevalece sobre el mal. Regado por la sangre de un Dios Redentor, el mundo es un campo fértil y es siempre enriquecido por actos sublimes de imitación que la sangre divina se empeña en provocar. Es así como surgen personas como Liduina, mujeres admirables, criaturas benefactoras, honra de un sexo al cual pertenece la Madre de Dios y de la madre de cualquier hombre que llega a nacer. Como, siguiendo el ejemplo del Salvador Jesús en  la cruz por los pecados del mundo, innombrables almas, hermanas de Liduina, serán felices de rezar y sufrir para su prójimo, nuestra tierra, a pesar de sus defectos y fealdades, que será siempre el lugar bendito donde Dios perpetua, a través de los mejores de sus predestinados, su obra de misericordia, de redención y de amor.   

FIN DE LA OBRA DE HUBERT MEUFFELS.

Aquí acaba la historia de Santa Liduina-Lydia de Schiedam por Hubert Meuffels. Como parientes de alma de Liduina, le damos las gracias por su trabajo, y benditos sean su nombre y su alma.                                                          
Michel y Lydia Naguibin. 
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